Durante el vuelo a Lisboa tuve un tiempo para pensar en Sofía y sentirme culpable por la reacción exagerada del día antes al descubrir que había tenido contacto con Lolo. Ahora podía darme cuenta del por qué había mantenido contacto con él. Siendo confidente de la policía de Lisboa, estaría al tanto de la implicación de Lolo en la trama y con conocimiento de lo que le había sucedido a Lolo antes de publicarse en los medios.
Me preguntaba cómo era posible que habiendo estado tan unidos en el pasado, ahora fuésemos dos extraños que se veían los fines de semana sin saber mucho el uno del otro, sin conocer las inquietudes o los sueños del otro. El trabajo no era excusa para encontrarse así. Era también cuestión de organizarse, de eso estaba comenzando a darme cuenta. “Tengo que organizar los tiempos en mi trabajo y también en mi vida. Los viajes y las distancias nos pueden separar físicamente pero la tecnología nos podría mantener unidos.” Pensé.
Al llegar a Lisboa, me llamó Naira.
-¿Ya has llegado? Bien, porque me dijo Alonso que iba a buscarte al aeropuerto. Le sugerí que habíamos quedado en que os veríais por la mañana, pero insistió en que sus hermanos iban a terminar de montar y dejar listo el restaurante para el día siguiente. Supongo que estará en el aeropuerto esperándote. Es alto y delgado. Te reconocerá. Tanto tiempo trabajando con el público le ha dado un don especial para conocer y quedarse con la gente.
-Gracias Naira.
En el preciso instante en que colgué el teléfono, un señor sutilmente encorvado por su altura, de pelo lacio y entrecano, se acercó para presentarse.
-¿Pedro Baute?
-Sí, soy Pedro. Acabo de hablar con Naira. Me avisó de que estarías esperándome.
Me miró a los ojos y pude escrutarle; la tez morena, la mirada clara y honesta, de franca sonrisa y buenas maneras. Continué hablándole.
-Te diría que no era necesario que vinieses... Pero lo cierto es que ahora necesito ayuda, estoy en una situación muy difícil y desconocida para mí y agradezco mucho cualquier cabo que me puedas echar. Gracias por haber venido, Alonso.
-Para mí no supone ningún problema. A ésta hora suelo estar trabajando, o en Queluz o en Madrid. Estoy encantado de poder ayudar a un pariente de Naira. Ella me ha explicado la relación entre vuestras familias y lo unidos que estuvisteis durante la infancia. Mientras te acompaño a tu casa podrías contarme lo sucedido.
Le expliqué a Alonso, con todo tipo de detalles conocidos y alguna suposición, la situación en la que me encontraba y en la que podría encontrarse Sofía. Aún no se sabía nada de ella, desde que por la mañana llegase al aeropuerto de Lisboa. Le hablé de la empresa en la que trabajaba; estaba estratégicamente situada en un edificio del centro de carga aérea del aeropuerto. Al pasar con el coche le echamos un vistazo al edificio y me pregunté si Sofía estaría allí, en algún lugar. El edificio se percibía sin tránsito, con las luces de emergencia podíamos vislumbrar el interior de las oficinas.
-Mañana podemos acercarnos para hablar con los compañeros de Sofía. Señaló Alonso.
-Creo que la policía de Lisboa ha realizado las pesquisas necesarias. Pero vendrá bien preguntar de nuevo por si encontramos alguna pista.
Al llegar, al edificio donde Sofía había alquilado un piso para vivir entre semana en Lisboa, me encontré perdido. Hacía más de un año que no iba por allí y no recordaba bien el lugar. Al abrir, un aroma a suelo encerado y perfumes cítricos invadió el descansillo. Todo está impoluto, pensé entonces. Sabía que Sofía había contratado a una de las limpiadoras de la empresa para hacer lo propio en su piso, pero el orden mantenido era cosa de Sofía, no de la limpiadora. Revisé el piso, con Alonso siguiendo mis explicaciones.
Algo me había inquietado desde que llegase por la tarde, después del trabajo, al apartamento y, revisase con las agentes cada parte de la casa. Me di cuenta de que Sofía había partido por la mañana sin darse su ducha matinal, puesto que siempre dejaba su toalla acolchada color turquesa, que tenía específicamente para no pisar el frío suelo tras salir de la ducha, así como, la toalla con la que se hubiese secado, en el tendedero de la terraza antes de salir. No le gustaba que hubiese humedad innecesaria en el cuarto de baño. Esa mañana, imaginé, se le pegarían las sábanas tras el disgusto de la discusión de la noche anterior y tuvo que salir apresuradamente. No obstante, sabía que cuando alguna vez le había sucedido esto, al llegar a Lisboa, pasaba por su piso para asearse allí antes de ir a la oficina.
Me dirigí al cuarto de baño y no vi indicios de que la ducha hubiese sido utilizada. Me extrañó. Esa manía que Sofía tenía con las toallas no había podido ni salvarla cuando se iban de vacaciones. Si Sofía se hubiese duchado esa mañana con intención de ir después a trabajar, la toalla tendría que estar colgada en el tendedero que ella tenía preparado al efecto. Y si sus planes eran ir a las oficinas, antes habría pasado por su piso a darse una ducha. Incluso posponiendo alguna reunión.
¿Dónde podría haber ido? ¿La habrían secuestrado al salir del aeropuerto?
Me despedí de Alonso. Quedamos en que a primera hora pasaría a buscarme para llevarme a la empresa de Sofía.