Las decisiones que tomamos en el día a día pueden ser buenas o malas para nosotros y/o nuestro entorno. Podemos subir las escaleras andando o decidir tomar siempre el ascensor. Podemos elegir entre comer una hamburguesa con doble de queso, patatas fritas y una bebida azucarada o bien, elegir tomar una ensalada y fruta fresca.
La mayoría de las malas o buenas decisiones del día afectan a los resultados que obtendremos en cada caso y a la sensación de felicidad y satisfacción consecuente.
Contado así parece tan fácil optar por la decisión que a priori resulta mejor que nos olvidamos de lo atractivo y placentero que resulta mantenernos en una zona de confort continua, la nuestra, la zona que parece indicarnos lo cómodos/as que estamos ahí. Es el querer mantenernos en esa zona de confort inmediata del presente lo que provoca que lo que parecen buenas decisiones para nuestra zona de confort se transformen en malas decisiones para nuestra satisfacción y felicidad. Pues en definitiva ¿quién prefiere estar mal a estar bien? ¿quién prefiere estar enfermo a estar sano? ¿alguien prefiere estar cansado a estar en forma?
Salir de la zona de confort supone un esfuerzo. Se trata de un esfuerzo de distinta intensidad en función de cómo nos afecte cada nueva buena decisión. Ese esfuerzo inmediato de llevar a la práctica esa buena decisión se torna en satisfacción, pero no siempre es inmediata, la satisfacción se recoge a veces con el tiempo. El hecho de que la satisfacción por los resultados la veamos en un momento futuro y no inmediato es lo que también dificulta el llevar a la práctica nuestras buenas decisiones.
Si llevamos todo lo anterior al aspecto profesional y ponemos un ejemplo, una de las habilidades que puedo necesitar para ser un buen líder es saber escuchar. Para conseguirlo puedo tomar buenas o malas decisiones. Una buena decisión para aprender a escuchar y mejorar en la escucha activa podría ser registrar los conocimientos adquiridos tras cada conversación. Para lograrlo necesito destinarle tiempo, ese tiempo que parece que no tengo. Necesito tiempo para pensar en ello, para comentarlo con mi asesor profesional (o coach, si es que lo tengo), para establecer los pasos que quiero dar, así como, las maneras de comprobar los resultados. Necesito un tiempo valioso en el presente cuyo valor final comprobaré con el seguimiento de las acciones realizadas en un momento futuro.
Como lo que parece que tengo y que percibo es lo que acontece en el momento presente, una vez inicio la realización de acciones y pasos para mejorar en el hábito de la escucha activa, me doy cuenta de que también necesito tener confianza, pues los resultados no son inmediatos al menos los que quiero conseguir. Inicialmente obtendré pequeños cambios en percepciones de los compañeros y en el entorno relacional que son apenas apreciados por la propia persona y por tanto poco valorados.
De modo que me daré cuenta de que también necesito disciplina para seguir tomando esas buenas decisiones.
Concluyendo; la toma de buenas decisiones y el mantenimiento de las mismas condiciona unos resultados satisfactorios tanto en el aspecto personal, como en el profesional y familiar, no obstante para ello necesitaremos:
Valor para tomar las buenas decisiones saliendo de la zona de confort,
confianza en uno/a mismo/a y en los resultados no inmediatos para motivarse en la consecución de las mismas y
disciplina para mantenerlo en el tiempo.