Quería no ponerle al corriente de la situación. Sólo habían pasado doce horas desde que Sofía había llegado a Lisboa esa misma mañana y se había perdido su pista.
-Pedro, ¿ocurre algo? Es raro que me nos llames a estas horas de la noche.
-¿Has hablado hoy con Sofía?
-No, hablé con ella ayer por la noche, me dijo que tuvisteis una discusión. Pedro, hijo, es mejor que os arregléis, yo sé que es difícil con la distancia pero ya verás como si apostáis por estar juntos, con el paso del tiempo, vais a sentiros muy orgullosos y a encontrar la felicidad. Es difícil de explicar, pero sé que entre vosotros hay algo muy especial, solo que no sois capaces de verlo, aún.
-Lo siento Matilde, pero ahora no cuento con mucho tiempo para hablar. Ya hablaremos cuando regrese de Lisboa.
-¿Lisboa? ¿Ha pasado algo Pedro?
-No… nada… Si hubiera pasado algo te lo contaría.
-Claro, claro. Supongo que te irás a reunir con Sofía. Bien, vosotros sois mayorcitos para solucionar solos vuestros problemas.
-Adiós Matilde. Nos vemos a la vuelta. Dale muchos besos a Pablo de mi parte. Tengo muchas ganas de verle.
-Claro hijo, adiós.
Ya en la acera de mi edificio, llamé a un taxi para ir al aeropuerto. Mientras esperaba, recordé a Naira al mirar en dirección al Bar de la esquina donde solía pasar algunos ratos charlando con Jaime. “¡Claro! Naira. Su marido es portugués.”
Ya en el taxi, me puse en contacto con ella.
-¿Naira?
-Sí. Soy Naira. ¿Pedro?
-Naira, necesito hablar contigo. Es por algo que ha pasado. Algo muy importante. ¿Estás ahora en la cafetería?
-Sí, claro.
-En unos minutos estoy allí.
El taxi me dejó en la puerta de la Cafetería. Subí apresuradamente las escaleras hasta llegar a Naira. Ella atendía en ese momento una de las mesas. Me miró y asintió. Finalizó la conversación y se acercó a mí.
-¿Qué es lo que ha pasado, Pedro? Tu voz sonaba muy preocupada.
-Es mi esposa. Necesito hablar contigo en privado.
-Ven conmigo.
Traspasamos la puerta que se encontraba tras la barra de la cafetería. Era una especie de despacho con cocina que mantenía los mismos tonos corporativos que el resto del café. La cocina estaba impoluta y la mesa de escritorio con una pila de papeles y un portátil que se mantenía encendido.
-Naira, necesito tu ayuda. Ha pasado algo y tengo que ir a Lisboa. Me dijiste que tu marido es de allí.
-Sí, ahora está en Queluz, en el negocio familiar. Dan comidas y cenas. Suelen tener mucho trabajo a estas horas pero por las mañanas está más liberado.
-¿Qué es lo que ha sucedido? ¿Sofía está bien?
-Espero que sí.
-¿Qué quieres decir?
-No se sabe nada de ella desde que llegó a Lisboa en el avión de las 09.10. Han intentado contactar con ella de todas las formas posibles. Han estado en su empresa y en el piso de alquiler que tiene allí en Lisboa y no han encontrado nada.
-Con “han”, ¿te refieres a la policía?
-Sí. Naira, necesito saber que puedo confiar en ti y que cuento contigo.
-No digas sandeces, Pedro. Claro que puedes confiar en mí. Nos conocemos desde siempre. Y tu familia ha sido mi familia por mucho tiempo.
-Lo sé, lo sé. Han pasado tantos años desde que no te veía.
-Lo entiendo.
Le conté a Naira hasta donde yo sabía sin querer aún creer la coyuntura en la que me encontraba. Me dijo que hablaría con Alonso, quien sin dudarlo, me ayudaría una vez llegase a Lisboa.