Relatos de Coaching

Capítulo 9. En Busca de Resultados

Durante la primera sesión de coaching que había mantenido con Adriana, reconocí que nunca me preparaba las reuniones. Estaba convencido de que tantos años en la empresa me habían aportado las tablas suficientes para no tener que hacerlo. 

Sin embargo, al analizar los resultados de las últimas reuniones, me di cuenta de que esas tablas no estaban siendo suficientes para lograr los desenlaces que me hubiera gustado conseguir. Tenía que prepararlas y aprovechar, al mismo tiempo, la ventaja de mi experiencia, para conseguir un mayor éxito.

Hablando con Adriana había descubierto una forma interesante y sencilla de preparar de forma fácil y rápida mis reuniones. Ahora era el momento de aplicarla, mientras iba de camino a la reunión que tenía a primera hora. Me repetí varias veces que no era el momento de lamentarse por no haberlo preparado antes, tenía que centrarme en preparar algo de lo que iba a defender.

Pensé en la descripción del objetivo de la reunión: tenía que ser suficientemente corto como para recordarlo, convenientemente claro como para trasladarlo al resto y adecuadamente específico como para conseguirlo.

Me paré frente al paso de cebra y miré fijamente al semáforo mientras cuadraba en mi memoria la descripción del objetivo de la reunión:

   -¡Lo tengo!

Lo dije en voz alta. Tan concentrado estaba en mis pensamientos, que ni me había enterado del respingo que pegó el joven que se encontraba a mi lado con un móvil en la mano. Me miró con cara de susto, luego me recriminó con su mirada y se fue meneando la cabeza a los lados.  

 

Continué centrado en mis pensamientos.

Partiendo de éste objetivo, tenía que aclarar cómo iba a expresar los beneficios del proyecto avalando los intereses de las partes que iban a estar en la reunión.

El semáforo se puso en verde, pero me quedé parado, procesando la información que tenía almacenada y repensada sobre los beneficios de la implantación del proyecto e interrelacionándola con los intereses generales y concretos de cada una de las partes. Me centré en tres puntos resumidos para poderlos expresar con claridad en la reunión, les puse un título de una sola palabra a cada uno de ellos para acordarme sin problemas.

Aún me faltaba una conclusión que incluyese retroalimentación positiva, pero mirando el reloj me di cuenta de que no iba a ser posible prepararla. La retroalimentación positiva tenía que estar basada sobre hechos ciertos y con datos concretos para que surtiera el efecto deseado, no podía inventármelo y necesitaba más tiempo para reflexionarlo.

Crucé finalmente el paso de cebra y continué mi camino.

Al llegar a mi puesto de trabajo encendí el ordenador y puse por escrito las ideas principales de la reunión, le di una vuelta más antes de levantarme con decisión para ir a la sala donde teníamos concertada la reunión.

Una hora más tarde, lo que ayer hubiera sido una borrasca mental de ilusiones malogradas, se había convertido en un motor de arranque alimentado con la ilusión de disponer del presupuesto para la implantación y seguimiento del Proyecto Internacional de Gestión del Retorno de Gastos Comerciales que habíamos iniciado un año antes.

Me sentía pletórico y con la avidez propia de un recién licenciado por celebrar el pequeño gran éxito conseguido en la reunión. Éste hecho marcaría un antes y un después para mis miedos e inseguridades en torno al proyecto en concreto. A partir de éste momento cambió también mi percepción al respecto de tareas, hitos y proyectos. Por ende, la práctica de las herramientas de programación neurolingüística que más tarde me enseñaría Adriana a utilizar, daría como resultado la eliminación de bloqueos en éste ámbito.

Tras la reunión deseaba celebrarlo de algún modo, a modo de ritual del propio éxito, según me había comentado Adriana, haciendo un gesto de simpatía a mi propio instinto. Pero una sombra con recuerdos de duelo consiguió truncar ese deseo al adentrarse en mis pensamientos en ese momento. Era mi madre la persona a la que siempre llamaba en éstas ocasiones y no podía hacerlo. Por unos momentos un tenso nudo en mi garganta obstruyó mis ansias de ensalzar mi objetivo cumplido. Lo sentí, muchísimo, me encantaría que hubiese estado al otro lado de la línea telefónica, escuchar su voz templada, sus palabras siempre de ánimo y enérgicas. Percibí el calor de las lágrimas surcando mis mejillas, una gota cayendo sobre la mesa de mi escritorio, y, comencé a sentirme mejor. “Recuerda, cariño, cuando se cierra una puerta se abre una ventana”, sus palabras resonaron firmes en mi mente. Sonreí al imaginar su cara, igual que un hermoso ángel de la guardia. Me gustó la idea de tenerla cerca, en mi memoria, como un centinela que en silencio, sin darme cuenta, inmutable y seguro, me protegía desde el otro lado.

Creo que en ese momento lo necesitaba. Me sentía muy solo. Si existiera una barra de medir sentimientos de soledad, en esos momentos, yo estaba en el máximo. Casado pero solo, con un niño estupendo pero sin verle, en una ciudad de la que no me sentía parte… Mi trabajo, en cambio, me había ofrecido sentimientos de realización y satisfacción hasta que inicié el proyecto que tenía ahora entre manos y que, gracias a ésta última reunión, tomaba rumbo a una implantación, estaba convencido, exitosa.

Tras realizar tres llamadas pendientes, hablar con mi equipo sobre la situación y dirección del proyecto y quedar con ellos en celebrarlo comiendo todos juntos, me levanté de mi puesto con la idea de llamar a Sofía.


 1368,    18  Jun  2015 ,   Perspectiva Vital por Miriam Cobreros
Miriam Cobreros

Coach Profesional Ejecutivo Certificado

Cerfiticación Oficial AECOP CP40

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