-Pues me ha parecido entender eso. Bueno, qué más da. No tiene importancia.
-Has vuelto a estar con él ¿verdad? Por eso suponías que serían los servicios de la tercera planta.
-¿Ya comienzas a ponerte celoso? ¿Te estás dando cuenta de que Lolo ya no está? Pero… ¡Qué sentido tiene esto! La verdad es que no te aguanto cuando te pones así. Y qué, ¿qué pasaría si le hubiese visto? ¿Qué hay de malo en ello?
-Como que ¿Qué hay de malo? ¿No eres capaz de darte cuenta? Que me hayas ocultado que quedabas con él no me dice nada bueno…
Recuerdo que me callé. Se produjo un silencio que se rompió con las pulsaciones de Sofía en el teclado al responder a un mensaje. Tranquila, impasible e insensible.
-Me voy Sofía. Mañana cuando te hayas ido recogeré mis cosas. Mejor, recoge tú las tuyas y quédate en Lisboa. Ya arreglaremos lo del piso.
Me dirigí a la habitación, me cambié de nuevo lo más rápido y ruidosamente que pude, regresé a la entrada del apartamento y miré con ira contenida hacia la luz que desprendía el despacho, abrí la puerta y la cerré dando un portazo.
Sofía se imaginó el hall vacío desde el despacho. Luego se echó a llorar.
Bajé en el ascensor hasta el garaje. Al salir me paré unos instantes a pensar, no sabía si ir a dar una vuelta con el coche o acercarme al bar de la esquina a tomar algo. No me apetecía hablar con nadie, o… sí. Pensé en los recuerdos desempolvados mientras charlaba con Naira por la mañana. Los días en la playa, las aventuras con la pandilla cuando todo podía ser vivido con la emoción y la ilusión de la inocencia…
Miré el reloj, un poco tarde para ir a tomar un café ¿o no? Naira probablemente estaría en la cafetería con su marido y podría conocerle. ¿Cómo sería él? Cogí el móvil y efectué una llamada. La adrenalina de mi despecho me había enviado una idea.
-Hola Jaime ¿cómo estás?
Jaime, mi vecino y fiel amigo soltero para cualquier cosa, siempre estaba disponible, a cualquier hora. Le encantaba ir a tomar café por las noches. Decía que no le quitaba el sueño y solía encontrarle en el bar de la esquina cuando bajaba a tomar algo.
-Bien, me pillas saliendo de la ducha. Acabo de llegar del gimnasio y aún no he cenado.
-¿Te apetece un bizcocho?
-Claro, me apetece cualquier cosa. Estoy famélico.
-Te propongo una cosa, hoy he desayunado en una cafetería estupenda y he visto a una vieja amiga. Me gustaría que la conocieras, te aviso, está casada pero es estupenda y hace un bizcochón al estilo de mi tierra que está delicioso. También el café es especial, tienen de varias clases. Le prometí que le llevaría clientes. Te espero en el garaje.
-Bajo en dos minutos.
Al aproximarnos a la cafetería no percibimos luz a través de las cristaleras. Pudimos comprobar al aparcar el coche que la luz se colaba únicamente a través de la puerta de acceso a la cafetería. Todas las cristaleras estaban cubiertas en su interior por estores que filtraban tenuemente la iluminación. Nos aproximamos mientras le hablaba a Jaime de Naira y de cómo nos habíamos conocido.
Dentro se respiraba un buen ambiente. Todas las mesas estaban decoradas con velas de colores diferentes. Sonaba música relajante y, los clientes parecían, unos absortos en sus conversaciones y otros abstraídos con la luz de la vela que tenían enfrente.
Naira estaba de espaldas a la barra, manipulando la máquina de café. A la izquierda de la máquina había un estante con variedades de café e infusiones, cada departamento del estante estaba reservado para una variedad concreta y todos estaban iluminados de forma independiente. En el departamento con iluminación azulada se podía leer: café infusión relajante. Nos quedamos mirando con curiosidad.
Al darse la vuelta, Naira nos dirigió una maravillosa sonrisa programada.
-¿Qué van a tomar?
-Hola Naira, he cumplido mi promesa y te he traído un cliente.
-¡Vaya Pedro! No me di cuenta de que eras tú. ¿Qué te parece el nuevo look del local por las noches? Como ves, es lo que le está dando vida al negocio.
-Resulta muy atractivo, los colores, los olores, la iluminación y también la intimidad de los estores. Hemos visto que tenéis cafés y tés de todo tipo y nos llamó la atención uno en especial, el café relajante.
-Sí, es descafeinado con unas notas de tila, pasiflora, espino blanco y azahar que le confieren un sabor muy especial. Es el más adecuado para estas horas.
-Bueno, a Jaime no le quita el sueño tomar café a cualquier hora.
Naira dirigió su mirada a Jaime.
-Realmente a mí tampoco. Tomo café a cualquier hora y hace ya mucho tiempo que no me quita el sueño. Me lo quitan otras cosas.
Sonrió y percibí la intensidad de sus negros ojos. Me dirigí a Jaime y a Naira para presentarles debidamente.
-Jaime, ella es Naira, mi amiga de la infancia de la que te hablé. Naira, Jaime es mi vecino, mi amigo y compañero de copas y tiempo libre.
-Encantada Jaime. Decirme qué queréis tomar.
Ambos pedimos dos cafés relajantes y nos sentamos a charlar en una mesa. Jaime no podía apartar la mirada de Naira.
-Está casada tío. Invirtió con su marido en ésta cafetería.
Estuvimos charlando hasta pasadas las doce y viendo cómo la cafetería se iba desalojando poco a poco. Cuando sólo quedábamos nosotros, Naira se acercó y compartió unas risas comentando los tiempos que pasamos cuando éramos niños.
-Lo siento chicos, pero mañana tengo que tener abierto a las ocho. Voy a ir cerrando.
Salimos al frío de la noche, de vuelta a casa. Mientras conducía, no tenía claro dónde iba a dormir, no pensaba regresar a casa y no quería decirle nada a Jaime, aún no. Dejé a Jaime en su casa y me dirigí a un hotel cercano a la empresa. Me alegré al darme cuenta de que había cogido una ropa de cambio antes de salir de casa para la jornada del día siguiente.