Relatos de Coaching

Capítulo 6. ¿Hogar Dulce Hogar?

Trabajé hasta las nueve de la noche, como siempre, pero ésta vez invertí un tiempo en organización, planificación e innovación. Sentía un hambre voraz y cierta debilidad de los malos hábitos alimenticios del día. Me hubiera gustado pasar por casa de los abuelos para ver a Pablo. Ni siquiera les había llamado. 

 De camino al coche realicé esa llamada. Matilde, la abuela materna de Pablo, se mostró afable como siempre y me contó las cosas que había hecho en la guardería y cómo se había divertido jugando con su au pair durante la tarde. Me sentí al menos satisfecho de haberme acordado de llamar. No siempre lo hacía.

Mi apartamento estaba situado a veinte minutos del trabajo cuando no había atasco y a una hora y media cuando sí lo había.

Al llegar, descubrí desde la calle las luces encendidas de mi vivienda. Me extrañé. Nunca antes las había dejado así. Consideré que esos amargos ataques de ansiedad me estaban restando capacidades, lo que derivaba en un comportamiento incapaz de advertir los pequeños detalles del día a día. Advertí que invertía demasiado en pensamientos ansiosos. En ello estaba cavilando mientras con cierta indiferencia estacionaba mi coche en el garaje.  Supuse que ganaría un montón de horas, que después podría destinar a otras cosas, si me entrenaba en cambiar esos razonamientos envenenados. Determiné que hablaría de esto con Adriana en la próxima sesión para fijarme acciones que me ayudasen a conseguirlo. Al fin y al cabo, también esto tenía que ver con mi organización del tiempo.

Al llegar a la puerta de mi casa, oí ruidos. Me agazapé en el pasillo no sabiendo muy bien qué hacer. Mi curiosidad venció a la prudencia de comprobar antes, con un par de llamadas de teléfono, quién podría estar en casa. Muy lentamente introduje la llave en la cerradura sintiendo cada avance y la giré sin apenas hacer ruido. Con cautela, empujé la puerta y acto seguido, sentí cómo del otro lado alguien tiraba con fuerza. Solté la puerta de golpe  echándome hacia atrás rápidamente. 

   -Hola Pedro, ¿cómo estás?

Desconcertado miré a Sofía que se encontraba con cara de diversión al otro lado. Con su perfecta media melena castaña, sus ojos claros y su pose de observadora, me miraba como entretenida con la visión.

   -¿Pero qué haces aquí Sofía? Me has pegado un susto de muerte.

   -He llegado hace unos minutos. He tenido hoy una reunión en Madrid y decidí coger un vuelo mañana para estar un poco con vosotros. Al final no he tenido tiempo para estar con Pablo aunque mi madre me contó cómo ha pasado el día.

   -¿Por qué no me has avisado? Podríamos haber quedado a comer o haber pensado en algo para esta noche.

   -Lo siento. Apenas he tenido tiempo. He estado enlazando reuniones con llamadas y solucionando problemas que tenemos en Lisboa.

Le estampé un beso seco en los labios y realicé un ademán para dirigirme a la habitación y ponerme cómodo. Estaba enfadado porque Sofía había aparecido de repente y no quería mostrárselo.

Vi como Sofía se dirigía al despacho después de haber concluido su mirada con un aire de gélida indiferencia.

Según me cambiaba, me iba enfadando más y más y nuevos pensamientos emponzoñados se instalaron en mi mente “¿Por qué no me había dicho nada? Yo sé que siempre organizan estos eventos con bastante antelación. ¿Qué demonios está haciendo ahora en el despacho? ¿Por qué está vestida con la ropa de deporte si acaba de llegar?” Me resistía a hablar con ella en ese momento. Habitualmente terminábamos polemizando y finalmente solía concluir la discusión en el momento en que bajaba al bar de la esquina a tomarme una cerveza. Resolví olvidarme del tema. Quería cambiar éstos pensamientos generadores de tensión. Me relajaría y reflexionaría sobre cómo iba a organizar mi vida fuera de la empresa. Entonces se adentró en mi mente la sonrisa de Naira, su mirada, sus palabras y tantos recuerdos de la infancia y adolescencia.

   -Pedro, ¿tienes pensado cenar hoy o vas a quedarte todo el rato en la habitación?

Salí de la habitación y me dirigí al despacho, encontrándome a Sofía sentada frente al ordenador. Sofía me miró.

   -¿Puedes preparar algo para cenar? Cualquier cosa está bien. O prefieres que pidamos comida.

Lo cierto es que tenía bastante hambre pero se me quitó con el susto. Eso estaba comenzando a salir por mis labios pero cambié de parecer.

   -Haré una ensalada.

En ese momento me acordé del intenso día, el episodio de ansiedad, Lolo y el interrogatorio.

   -Tengo que contarte algo Sofía. ¿Te acuerdas de Lolo? (Claro, cómo no vas a acordarte, pensé). Ésta tarde ha aparecido muerto en los servicios de la empresa. Me estuvieron interrogando porque me crucé con él en los servicios.

   -Vaya, lo siento por él. Por cierto,  ¿qué hacías tú en los servicios de la tercera planta?, ¿no trabajas en la quinta?

   -Creía que iba a sufrir un ataque de ansiedad. Cuando comencé a sentirme mal bajé a los servicios de la tercera planta en busca de tranquilidad. Pensé que allí no me encontraría con nadie. Es una planta muy tranquila, todos están concentrados y absortos en sus ordenadores.  Pero… Sofía, ¿cómo sabes que murió en los servicios de la tercera planta?


 1854,    18  Jun  2015 ,   Perspectiva Vital por Miriam Cobreros
Miriam Cobreros

Coach Profesional Ejecutivo Certificado

Cerfiticación Oficial AECOP CP40

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